Puerta Escénica

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Antígon(a)s: el mito enterrado, reescrito por muchas

Entre las décadas del 60 y 70 del siglo XX, Augusto Boal —dramaturgo, director y teórico brasileño— encontró en las ideas de Paulo Freire (autor de Pedagogía del oprimido) un faro para replantear la escena y la educación. Si Freire denunciaba la "educación bancaria", en la que el maestro “deposita” saber sobre estudiantes pasivos, Boal propuso lo contrario: un teatro donde el espectador se convierte en espect-actor, capaz de intervenir en la escena y, con ello, en la realidad.

CARTELERA

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El Teatro del Oprimido, nacido en contextos de dictadura, represión y exclusión en América Latina, es una herramienta para denunciar injusticias, visibilizar conflictos y ensayar soluciones colectivas. Una de sus técnicas clave es el Teatro Imagen, que prescinde de las palabras y usa el cuerpo para componer escenas vivas que expresan relaciones de poder, desigualdad o resistencia. Con esta técnica, se busca lo esencial: visualizar lo que se oculta, incomodar lo normalizado, empoderar lo silenciado.

Uno imaginaría que este tipo de teatro se limita a grandes urbes o espacios académicos, pero la visión original de Boal está mucho más cerca de lo que creemos. Está en Puebla, donde el Laboratorio Magdalenas Puebla A.C. tiene su sede, y recientemente llegó hasta la Junta Auxiliar de Metepec, en el municipio de Atlixco. Lo hizo en el vientre —así, como semilla viva— de las integrantes del colectivo.

Antígona en Metepec, Atlixco

En días recientes, Magdalenas Puebla presentó su puesta en escena “Antígon(a)s” en el auditorio del Sistema DIF de Metepec. El público: en su mayoría, adultos mayores. Una ecuación potente si consideramos que el contenido escénico cuestiona de raíz tradiciones familiares, roles de género e identidades normativas.

El mito original es conocido: Antígona, joven de Tebas, desobedece al rey Creonte y entierra a su hermano Polinices, condenado a la deshonra por haber luchado contra la ciudad. Antígona prioriza la ley moral sobre la ley del Estado. La descubren, la castigan, y su muerte provoca una cadena trágica de suicidios. Creonte, necio y sordo al consejo, lo pierde todo.

Muchas Antígonas

En manos del colectivo, el mito no se adapta: se rompe y se reparte. En el escenario no hay una sola Antígona. Hay muchas. Una, dos, diez, cientos. Todas con la misma terquedad de nombrar lo innombrable, de enterrar lo que el sistema quiere dejar a la intemperie. La dramaturgia, de Shere Salinas, propone una relectura feminista y coral, donde cada intérprete encarna un eco del mito y lo actualiza desde el cuerpo, la voz, la emoción.

El elenco está conformado por mujeres que interpretan a personajes emblemáticos del mito y también lo desbordan: Italia Vázquez como Kuringa (la guía escénica), Adriana Almeida como Ismene, Paula Gonzales como Etéocles, Dinorath Cliserio como Antígona, Laura Fernández como Yocasta, y la misma Shere Salinas como Polinices. El Niño Pregonero corre a cargo de Iosu Muñoz, y la música en vivo, elemento vital que atraviesa la obra como un latido constante, está en manos de Violeta Rodríguez.

En “Antígon(a)s”, no solo se desobedece a Creonte: se confronta a todos los dispositivos que, de acuerdo al particular punto de vista, sostienen el silencio: la familia tradicional, las instituciones del olvido, etc. Hay preguntas incómodas sobre maternidad, género, memoria y justicia. Cada gesto, cada imagen viva, es un puñetazo poético que incomoda lo establecido

El trabajo es colectivo, horizontal, político y profundamente sensible. Y en ese cruce entre lo íntimo y lo estructural, entre la tragedia clásica y la rabia contemporánea, las Magdalenas convierten la escena en un espacio de duelo, lucha y esperanza.

El Teatro del Oprimido nació para resistir. Las Magdalenas lo han hecho herramienta de cuidado, reparación y revolución. Pero su fuerza —paradójicamente— depende de que las injusticias continúen. Entonces, las preguntas que quedan flotando como el eco de una escena final son:

¿Qué haría este teatro si ya no existiera el machismo, ni la opresión, ni la violencia?

¿Cómo se transforma una estética de resistencia cuando la utopía por fin se alcanza?
¿Será que entonces el teatro volvería a ser solo arte… o encontraría nuevas heridas que curar?