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Puerta Escénica

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La Crítica de Papá está en la Atlántida de Imprudentes

Si bien existen algunos atropellos en la modificación de los espacios que se sugieren a través del uso de maletas, los actores logran asumir distintas atmósferas, crear imágenes y organicidad, mismas que se ven empobrecidas no por la actuación, sino por la estreches del espacio que no permite a los actores un juego energético mayor ni una proyección de imágenes mucho más sostenida; esto además es una lástima pues el montaje bien podría presentarse en un espacio más amplio que pueda desarrollar las posibilidades actorales y al mismo tiempo las posibilidades de convivio.

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PAPÁ ESTÁ EN LA ATLANTIDA

Autor: Javier Malpica

Dirección: Ermhy Méndez

Lugar: Ágora-Artes.

La puesta en escena tiene al menos tres grandes aciertos: el primero tener como base un buen texto de Javier Malpica, el segundo contar con actuaciones honestas y bien logradas, el tercero afianzarse sobre una dirección no pretensiosa que apuesta por la sencillez de elementos, dejando que el texto y la actuación nos develen poco a poco la situación planteada.

Si bien existen algunos atropellos en la modificación de los espacios que se sugieren a través del uso de maletas, los actores logran asumir distintas atmósferas, crear imágenes y organicidad, mismas que se ven empobrecidas no por la actuación, sino por la estreches del espacio que no permite a los actores un juego energético mayor ni una proyección de imágenes mucho más sostenida; esto además es una lástima pues el montaje bien podría presentarse en un espacio más amplio que pueda desarrollar las posibilidades actorales y al mismo tiempo las posibilidades de convivio.

El ambiente intimista a que obliga el pequeño foro del Ágora puede ser idóneo para ciertos tipos de montajes pero en este caso sale debiendo a la actoralidad la posibilidad de ir más allá, de extender la mirada, el viaje, los caminos, los monstruos y el desierto. La dirección logra que texto y actuaciones vayan de la mano y el público simpatice con los personajes (un par de hermanos) entablando una suerte de ping-pong; cada escena es una aventura y la última pareciera un sueño que es sin embargo el sueño de la realidad cruda y hostil; aunque dicho final carece de firmeza, probablemente por la empatía provocada entre “los hermanos” y los espectadores, pero sobre todo por el ritmo -que hacia las últimas escenas deja de tener la energía inicial- y por el espacio, que no permite la construcción de una atmósfera adecuada. Esa firmeza es la que deberá aún de trabajarse así como la coordinación de reacciones y efectos sonoros en algunas escenas; por ejemplo, la de esa “dulce venganza” en el dentista.

La puesta bien puede ser vista por un joven público, pero la importancia del mismo sólo podrá ser apreciada por un espectador que entienda lo crucial del viaje y el abandono a un mismo tiempo, que pueda contextualizar esa situación más allá de la violencia y la migración como problemáticas sociales para entender al individuo desde la esperanza y la necesidad, únicas impulsoras de cualquier camino.

Por: Thelma Ramírez Cuervo